El Crucifijo, desde su niñez,
fue la devoción preferida de la Santa. Después, ya en el
convento, el amor al crucifijo fue creciendo más y más, naciendo
en ella un deseo ardiente de poder, de alguna manera, corresponder al amor
de aquel gran Amor.
Jesús, desde la Cruz, sufriendo voluntariamente por nosotros, nos demostró la grandeza de su amor. Por eso Santa Rita se alegraba en todas las ocasiones que se le ofrecía la ocasión de poder sufrir algo por amor de Dios. Tanto era lo que deseaba sufrir por amor de Dios
que un día, mientras le pedía al Dios Crucificado que le
hiciese participar de sus dolores, se desprendió del Crucifijo una
espina y se clavó en la frente de la Santa, produciéndole
una llaga que jamás con ninguna medicina se pudo curar.
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