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Al quedar sola en el mundo,
Rita volvió a sentir deseos de consagrarse a Dios en el estado religioso.
Con estos deseos se dirigió al convento de las Madres Agustinas
de Casia; pero por su condición de viuda no la admitieron.
A Rita ninguna cosa del mundo le llenaba. Era verdad en ella la frase de San Agustín: "Señor, nos has hecho para Tí, y nuestro
corazón está inquieto hasta que descanse en Tí".
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